Relato mata dato

Un Gran y Hermoso Proyecto de Ley

Desde la crisis del petróleo hasta la hipotecaria de 2008, los EE.UU. se las arreglaron para mantener en marcha un esquema de déficit presupuestario crónico financiado por el resto del mundo. Pero parece ser que la máquina alimentada con bonos del Tesoro ha comenzado a crujir.

La clave de ese mecanismo consistía en que cuando los tipos de interés estadounidenses subían, también lo hacía el dólar, porque los mayores rendimientos atraían al capital extranjero. Pero desde que Donald Trump regresó al poder, esos engranajes se han roto. En cambio, vermos que sube la tasa y el dólar cae.

Lo que ha sucedido en los últimos meses, con las tasas de interés y el dólar moviéndose en direcciones opuestas es una situación propia de los mercados emergentes, donde las grandes fluctuaciones del mercado suelen reflejar crisis de confianza: los inversores internacionales pierden la fe, retiran su dinero, y la fuga de capitales provoca una depreciación de la moneda, un aumento de las tasas de interés y un quebranto social que se paga con la calidad de vida de las personas.

Uno de los indicadores de esta desconfianza hacia la economía estadounidense es la rebaja de la calificación crediticia de Moody’, una agencia privada que se ocupa de evaluar el riesgo de default, y si bien redujo la nota de, digamos 10 a 9, no deja de ser una luz de alarma porque señalan sus analistas que “si bien el país aún conserva fortalezas excepcionales, como el tamaño y el dinamismo de su economía, estas fortalezas ya no compensan plenamente el deterioro de los indicadores fiscales”. Y podríamos agregar: de su comportamiento político errático e irresponsable.

Durante la crisis financiera de 2008, la Reserva Federal y el Tesoro, junto con la Casa Blanca encabezaron un rescate coordinado a nivel mundial. En las actuales circunstancias no parece posible que un gobierno como el de Donald Trump tenga la competencia, la voluntad o el liderazgo para hacer lo mismo. Trump ha debilitado deliberadamente los lazos entre los principales estados capitalistas, y Estados Unidos es hoy una fuente de desorden sistémico, no de estabilización. De eso se trata el antiglobalismo. No obstante, la política alocada de Trump no quita que el mecanismo por el cual el globalismo funcionaba ya estaba agotado debido a la monstruosa deuda acumulada y a la pérdida de competitividad de la economía estadounidense.

Por esta razón, y luego de haber desatado un Armagedón económico con la guerra arancelaria, el siguiente paso parece ser un monumental ajuste que recaerá sobre el pueblo estadounidense, sin misericordia. Los republicanos siempre amigos del recorte de impuestos, deberán pensarlo dos veces, de lo contrario, el presupuesto será tan desequilibrado como siempre porque sin mayores ingresos – los aranceles no servirán para engrosarlos – sólo queda la poda de gastos y emitir moneda.

El presupuesto estadounidense se divide básicamente en tres grandes partidas: obligatorias, discrecionales y pago de intereses. El gasto obligatorio se destina a programas que el Congreso no tiene que autorizar cada año fiscal, se renuevan automáticamente, a menos que el mismo Congreso disponga lo contrario.

La mayor parte del gasto obligatorio se debe a los «programas de prestaciones sociales», en particular la Seguridad Social, Medicare y Medicaid.

El gasto discrecional, por el contrario, tiene que ser autorizado a un nivel fijado por el Congreso cada año; esto incluye todo, desde la educación y las FF.AA. – que representa casi la mitad – hasta el medio ambiente, que es muy poco.

Recortar significativamente la Seguridad Social y Medicare es, por ahora, políticamente imposible, así que solo queda Medicaid y el gasto discrecional civil por recortar. Si se redujeran ambas categorías a cero, el presupuesto seguiría sin equilibrarse.

Para la derecha, el problema es el gasto descontrolado. Medido como porcentaje del PIB, el gasto ha aumentado, principalmente en cabeza de Medicare y Medicaid, debido al envejecimiento de la población y a un sistema de financiación de la salud desastroso, junto con la ayuda del pago de intereses. La participación de la Seguridad Social ha aumentado solo ligeramente.

Aunque parezca mentira, la proporción del gasto militar en el PIB ha caído más de dos tercios desde 1962 y la mitad desde 1986. Sigue siendo demasiado alta, y Trump quiere aumentarla. Los recortes al estilo DOGE al Servicio Meteorológico y a la investigación científica son enormemente perjudiciales para la sociedad y el futuro de esa economía y solo ahorran cantidades insignificantes de dinero, tan insignificantes como los rimbombantes – y falsos – “ahorros” de Federico Sturzeneger en la Argentina.

Se podría reducir, o incluso cerrar, el déficit presupuestario con un enfoque prohibido en el discurso general: subir los impuestos. Como porcentaje del PIB, los ingresos federales en 2024 fueron casi idénticos a los de 1962 (17 %), aun cuando la proporción del gasto ha aumentado del 18,2 % al 23,4 %. Restablecer los tipos impositivos corporativos, que se encuentran en mínimos casi históricos, a los niveles de principios de la década de 1960 y restaurar la estructura del impuesto sobre la renta de la era Clinton —medidas nada radicales— reduciría el déficit en casi un tercio. Reducir el presupuesto militar a la mitad —una medida ciertamente más radical— lo reduciría a más de la mitad.

Ya sabemos que la pérdida de prestaciones médicas y alimentarias no es algo que moleste a los operadores de bonos ni a las agencias de calificación, al contrario, favorecen la especulación. Los ricos compran bonos del Tesoro con la plata que ahorran de los impuestos de los que han sido eximidos una y otra vez, reforzando su riqueza y empobreciendo a las personas que deben trabajar cada vez más.

Recordemos que Trump en 2016 se jactó en una entrevista de que “nadie conoce la deuda mejor que yo. He amasado una fortuna usándola”.

Su secretario del Tesoro, Scott Bessent – el que vino a la Argentina para explicarle a Milei cuáles eran las condiciones que debía aceptar para recibir financiamiento – declaró esta semana que “Estados Unidos nunca va a incumplir sus pagos, eso nunca va a suceder”, oscureciendo más de lo que aclara una explicación que nadie le pidió y antes el mercado daba por descontada.

Es decir que hay otra opción para frenar el déficit: negociar la deuda.

Los asesores de Trump han hablado de obligar a los tenedores extranjeros de bonos del Tesoro a canjearlos por bonos a cien años con bajos tipos de interés. Si, un Plan Bonex. Pero Trump no irá en contra de la oligarquía, por lo tanto, insistirá con el recorte del gasto y –tal vez – la impresión de billetes.

El actual proyecto de Ley de Presupuesto aumentará el déficit. Los recortes de gastos están previstos para Medicaid y cupones de alimentos (80 %) y perjudicarán a sus 12 y 11 millones de beneficiarios, respectivamente, sin que este recorte sea significativo. Con este esquema presupuestario se estima que el 20 % más pobre de los estadounidenses sufrirá una reducción del 15 % en sus ingresos en 2026, mientras que el 0,1 % más rico ganaría un 3 %. Eso sí, la ley podría impulsar el crecimiento del PIB y la acumulación de capital porque los recortes a Medicaid y el programa de alimentos obligarán a las personas a trabajar más horas y a aumentar el ahorro preventivo. Junto con la asistencia social la ley pretende desfinanciar a la ciencia.

Y mientras esto sucede en espejo con la Argentina, Trump – al que solo le falta crear el Ministerio de la Felicidad para igualarse a un dictador caribeño – ha titulado oficialmente a su ley de presupuesto: “Un Gran y Hermoso Proyecto de Ley”.

Existe un último punto a tener en cuenta. Mientras la tasa de crecimiento sea superior al tipo de interés, la deuda es mucho más sostenible porque se generan suficientes ingresos para pagarla con comodidad. Pero es poco probable que las políticas erráticas de Trump mantengan la sólida tendencia de crecimiento que heredó.

Mientras tanto, los peces gordos del mercado – alimentados a déficit – que hacen sonar las alarmas del presupuesto desequilibrado, siempre han apoyado, y siguen apoyando, las rebajas de impuestos que generaron el agujero fiscal.

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Politólogo UBA, Master FLACSO, pelotari Centro Navarro.