Carlo Ponzi llegó a Canadá a principios del siglo XX. Proveniente de Lugo, Italia, se proponía “hacer la América”. Con gran carisma – parecido a Carlos Gardel – y facilidad para el relato, ideó un sistema que consistía en ofrecer a ahorristas grandes intereses a corto plazo, pero la fría Montreal no fue propicia para sus negocios y por un cheque falso fue a parar a la cárcel.
Durante los años ’20 decidió aplicar su esquema de “estafa piramidal” que consiste en asegurar un flujo creciente de inversores para sostener la rueda e ir posponiendo el momento del quebranto, puesto que detrás de la simple inyección de dinero no hay nada que respalde las ganancias ofrecidas en la economía real. Eso sí, los estafadores se ganan la confianza de sus víctimas. Algo así como el carry trade que mantiene los platillos de malabarista chino Toto Caputo en equilibrio hasta que todo se derrumbe.
Hemos visto por estos días diferentes caras de la estafa piramidal, traders, influencers y todo tipo de émulos de Ponzi se han quedado con el dinero de los ambiciosos ahorristas que, incluso sabiendo que ingresan a una trampa, confían en sacar el queso antes de que el resorte les rompa el cuello.
La economía financiera real se maneja con un esquema parecido al de Ponzi, puesto que nada respalda la ganancia obtenida. Yanis Varoufakis – el ex ministro de hacienda de Grecia – asegura que desde la crisis de 2008 esa desconexión entre ambas esferas de la economía es total con una prevalencia de la financiera que hoy es controlada por fondos de inversión cuyos presupuestos superan varias veces los presupuestos nacionales de muchos países.
Tanto ayer como hoy, ninguna entidad de crédito podría devolver, de golpe, a sus ahorristas el dinero depositado, de hecho, a eso se le llama “corrida” y por lo general acaba con la institución de marras. Repentinamente, los ahorristas pierden la “confianza” y entran en pánico. Debe ser por eso que los economistas pro mercado hablan de la “confianza” como valor supremo, el ambiente de negocios ideal para desarrollar el entusiasmo inversor, avivar la codicia y multiplicar las estafas.
Hoy, en los EE.UU., días antes de una elección que definirá la suerte a corto plazo del mundo todo, se registra un fervor por parte de los inversores. Según la encuesta habitual de The Conference Board, casi el 52% de los consultados cree que las acciones van a seguir subiendo en 2025, alcanzando el valor más alto de “entusiasmo” desde 1987 cuando comenzó a efectuar esta serie la fundación empresaria mencionada. Corrobora esta tendencia la trepada del S&P 500 con un alza del 22% este año, similar a la del año pasado.
Se dice que el entusiasmo está generado por el auge de las tecnológicas y todo el negocio en derredor de la IA. Empresas como Nvidia, AMD o Intel aportan sus chips a Amazon, Google, Meta y Microsoft, que a su vez absorben monumentales cantidades de dinero para desarrollar sus modelos de IA. Todo esto en un contexto general de la economía estadounidense que crece porque aprovechó los paquetes de ayuda de la Administración Biden para combatir la inflación, evitar el estancamiento y proteger sectores estratégicos en su guerra con China.
Pero lo que en realidad ocurre es que el entusiasmo genera entusiasmo, del mismo modo que el pánico genera caos en los volátiles mercados, al final de cuyo ciclo ganan siempre los mismo: los grupos de inversión.
Hoy, el “veranito financiero” que vive la Argentina refleja esa realidad, mientras la economía está en receso con todos los indicadores para abajo, los mercados le dan al “carry trade” hasta que “pierdan la confianza” y todo se desmorone, momento para el cual procuran haberse retirado de la bicicleta con grandes ganancias que serán pagadas por todos los habitantes de este país en forma de deuda pública.
Como las estafas del simpático Carlo, el carry trade se repite una y otra vez en nuestro país dañando cada vez más su capacidad de desarrollo.
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