Relato mata dato

El relato libertario

Si al kirchnerismo se lo “acusó” de generar un relato para sostener su gestión y un caudal político importante por bastante tiempo, no menos cierto es que Javier Milei ha hecho lo propio con asombrosa premura, incluso imitando los modos “crispantes” e histriónicos que Cristina Fernández supo emplear, aunque lejos de la retórica violenta y descalificatoria del actual presidente. En términos psicológicos CFK era una madre nutricia, mientras que JM es un padre castigador, de esos que “enderezan” sus hijos a los golpes.

Tanto el relato nac&pop como el libertario funcionan en tanto haya personas dispuestas a creer en ellos. No por nada este blog sostiene que en política lo que importa son los relatos, no los datos. En última instancia los datos pueden apoyar o no el despliegue de un relato y asegurar mayor vida útil. Por ejemplo, diciendo que ante una necesidad se crea un derecho – aunque después no haya capacidad para llevarlo a la práctica-, o diciendo que la mejora de la economía y la calidad de vida vendrá en 40 años, para sortear una realidad llena de penuria.

Esquemáticamente, hoy se encuentran enfrentados el relato comunitario propio del peronismo con el relato individualista más asociado al liberalismo, con una representación política equivalente que establece la verdadera profundidad y magnitud de la llamada: grieta. Dos relatos que sostienen dos modelos políticos mutuamente excluyentes que llevan décadas de desarrollo en nuestro país, sin solución a la vista.

En el centro del relato libertario esta la idea de sacrificio. A tono con el halo de misticismo que rodea al presidente, ora judío, ora católico, pero siempre receptor y transmisor de las “fuerzas del cielo”, Milei, tal como Abraham, estaría dispuesto a matar a Isaac – o a Conan para este caso – si Elohim así se lo exigiera. Y, si bien, no se trata de matar a nadie, acaba de licuar los ingresos de la clase media, pulverizar las jubilaciones y ufanarse del ajuste más brutal de la historia de la economía mundial (dato aportado por Luis Caputo).

La idea es que al sacrificio le sigue la recompensa, a la inversa del relato K en dónde el Estado debe garantizar las condiciones para evitar que la carga del sacrificio caiga sobre las mayorías.

Para construir este relato, JM se apoya en personajes oxidados como Benegas Lynch para buscar soluciones para el siglo XXI en las páginas amarillentas del siglo XIX, por el sólo hecho de darle una mística. JM abreva en citas de políticos argentinos de la generación del ‘37 y evoca una sociedad a la que entiende como opulenta y exitosa, cuando en realidad no lo fue. Pero eso no importa, ya dijimos que lo que interesa es que haya gente dispuesta a creer, incluso más allá de la evidencia – cosas de las posverdad.

Esa época dorada fue claramente liberal – al menos en lo económico para parafrasear a Natalio Botana – y basada en el culto a la iniciativa privada, el sacrificio personal y el movimiento irrestricto de capitales extranjeros. Tampoco importa que el estado liberal haya intervenido hasta en la forma que había que vestir para asistir a su escuela.

Lo que verdaderamente importa es que nuestra sociedad moderna es cada vez más individualista merced, entre otras cosas, al avance tecnológico y eso, junto con la ineficacia fáctica del relato comunitario – en la versión que fuere – es el medioambiente ideal para que arraigue el ideario libertario: sacrificio personal, libertad económica y reducción del Estado, el nido de “la casta”.

Por supuesto que en este relato los causantes de la decadencia argentina son los políticos, por lo menos todos aquellos que nos trajeron hasta acá, todos aquellos que desde la Ley Sáenz Peña y el advenimiento del radicalismo primero y del peronismo después se constituyeron en una clase parasitaria que, pese a la decadencia general, siempre pudieron encontrar un lugar bajo el sol para esquivar los resultados de su propia mala praxis. Este relato suena bien, para muchos, tiene “sentido común”; pero si revisamos un poco la historia reciente (un recuerdo para Pancho y Croqueta) es el mismo de todas las dictaduras militares que hemos sufrido en el siglo XX.

Y aunque en el credo libertario haya una exaltación de la libertad económica, lo cierto es que la cúspide del modelo económico que se pretende imponer es la dolarización, es decir, la emasculación del Estado como agente de desarrollo económico. Aquí se repite la lógica libertaria del político “inútil” y venal: como no sabe hacer política – mucho menos monetaria o económica, salvo para robar – lo mejor es enajenar toda posibilidad de que eso ocurra, rescindiendo la soberanía que la moneda implica.

En tanto el individuo/creyente sólo quiere que se le abra las puertas a una vida mejor, aunque tenga que esperar, rescindir la soberanía – que es un asunto comunitario – quedarse sin cobertura de educación y salud – problemas comunitarios – y hasta prescindir – si fuera necesario – de un Congreso que es un “nido de ratas” – las ratas son comunitarias.

Baste recordar que el talón de Aquiles de las dictaduras vernáculas – bastante liberales – fue el mismo que el de los gobiernos democráticos: no lograron encolumnar al país tras de sí para definir un proyecto común, lo que impidió dar solución satisfactoria a los problemas del desarrollo. Los militares y JM comparten la idea de que están/estaban por sobre la política y cargan/cargaron las responsabilidades de los dramas del país al sistema político, ergo había que desarticularlo. El relato libertario tiene el mismo componente.

A dos meses de gobierno JM tiene un sorprendente 45 por ciento de aprobación en medio de su feroz ajuste y de dislates de política internacional y local. No debe sorprender, su relato es poderoso, aunque sus feligreses pueden perder la fe a fuerza de no ver “la luz al final del túnel”. Por otro lado, la mitad del país no acuerda con sus ideas y mantiene firme la imposibilidad argentina.

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ronchamp
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Politólogo UBA, Master FLACSO, pelotari Centro Navarro.