Relato mata dato

Del Tercer Movimiento Histórico al eterno retorno.

El 2 de octubre de 1986, el entonces presidente Alfonsín, que tres años antes había ganado las elecciones presidenciales con el 51 por ciento de los votos, utilizó la cadena nacional para hacer un llamado a una «convergencia democrática» con el propósito de «promover la discusión de los grandes temas nacionales». A partir de ese discurso el radicalismo comenzó a hablar del Tercer Movimiento Histórico.

¿Por qué el tercero? El primer movimiento lo había fundado la propia UCR en el período decimonónico y entrado el siglo XX, incorporando a la vida política a la clase media en oposición al gobierno de elite conservadora en lo político y liberal en lo económico; el segundo movimiento fue la incorporación del resto de los argentinos al sistema político (clases bajas y mujeres) en el marco de una creciente planificación estatal. Cada uno de estos movimientos se caracterizó por ser dominante en las urnas, por eso Hipólito Irigoyen sufrió un golpe militar, al igual que Perón: no había forma de quitarlos por la vía de los votos, por lo menos con la premura que los intereses afectados pretendían.

Esos intereses – agroexportadores y empresas extranjeras – tuvieron en el “Partido Militar” su salida ante la imbatibilidad de ambos movimientos políticos populares, clausurando o restringiendo la vía democrática que restauraba en el poder a los líderes “populistas”

Desde el punto de vista de la política aluvional, es decir, dominada por el movimientismo más que por el juego de los partidos, el Tercer Movimiento Histórico no cuadraba porque no tenía ya a ningún sujeto para incorporar a la arena política que sumara más votantes al sistema. En ese momento – los ’80 –  se imponía el camino hacia el bipartidismo y la alternancia, el aliancismo aún no asomaba en el horizonte de posibilidades. El 6 de setiembre de 1987, la UCR perdió las elecciones de medio término – en esa época el período presidencial era de 6 años – el sueño movimientista se esfumó y la derrota presidencial de 1989 lo enterró.

La irrupción de la presidencia del outsider Javier Milei supone la ruptura con el período inaugurado en 1999, al que podríamos llamar de competencia de alianzas electorales en las que la alianza peronista mantuvo la supremacía por sobre la alianza panradical. El sistema funcionó con alternancias y crisis que siempre se manejaron dentro de la institucionalidad democrática inaugurada en 1983. La crisis de 2001 en la que la alianza panradical tuvo que entregar el gobierno antes de tiempo y el gobierno de la alianza panradical Cambiemos que gobernó entre 2015 y 2019 mostraron una razonable convivencia, aunque siempre dominada por la rivalidad de dos modelos de país que son contrapuestos.

Los personeros del modelo liberal-conservador lograron comandar el final del gobierno de Raúl Alfonsín, en el caso de Carlos Menem lo hicieron desde 1992 hasta 1999, con De la Rúa hicieron lo propio, con Mauricio Macri no lograron el shock que querían y tuvieron que aceptar el gradualismo que los exasperaba, hasta que apareció Javier Milei: una persona con graves problemas de salud mental que sintonizó con el hastío del juego aliancista – de ambos colores – y al que el panradicalismo le regaló el voto antiperonista para llegar al poder.

Ese obsequio significó la vuelta al poder de los mismos intereses e ideas que combatió Leandro Alem a fines del siglo XIX. Y Milei lo dice con todas las letras, parafraseando a Alberdi y a la generación del ’37, levantando a Julio A Roca y a las relaciones internacionales anglófilas encarnadas en su venerada Margaret Thatcher. Si el sector populista siempre habló de “San Martín; Rosas; Perón”, el bloque liberal/conservador diría: “Roca; Videla; Milei”, sin ruborizarse.

Pareciera que luego de 40 años de democracia hemos vuelto a 1853, a 1930, 1955 o 1976, pareciera que una síntesis entre ambos proyectos de país es imposible. Como una maldición, una piedra de Sísifo, estamos condenados a que, por turnos, cada uno desarme lo construido por el otro.

Pero, así como el golpe militar desarticulaba el sistema político con prohibiciones, proscripciones y listas negras, la legitimidad de origen del gobierno de Milei – tan legítimo como el acceso al poder de Adolfo Hitler en 1933, aunque no por elección directa – no le otorga el derecho a trastocar todo un orden institucional preexistente, mediante decretos, extorsiones a los gobernadores, abandono de organismos estatales, maltrato a sus trabajadores, y una cuota diaria de odio ácido y corrosivo para mantener irritada a la sociedad, “distraída” en sobrevivir al ajuste más feroz jamás aplicado siquiera por un gobierno militar.

Milei actúa como un militar autoritario con el agregado de que su estado mental le impide conectarse con la realidad. Por eso no “entiende” el Estado, la división de poderes, los límites de su poder y afronta como un Mesías una tarea que corresponde a un estadista. Por ahora, los intereses a los que sirve están conformes, aunque expectantes de sus pasos, y van a exigir la sostenibilidad de toda una serie de medidas que se han tomado en el marco de los primeros 100 días de gobierno y que dentro de los próximos 100 días se probará su solidez, aceptación social y viabilidad, es decir, si estas medidas forman un plan de gobierno o son meras alucinaciones que permitieron hacer una agosto a los mismos grandes de siempre, los que ganan caiga como caiga la perinola.

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Politólogo UBA, Master FLACSO, pelotari Centro Navarro.